Vol. 12/ Núm. 3 2025 pág. 2980
https://doi.org/
10.69639/arandu.v12i3.1530
La guerra en Ucrania y sus repercusiones en el Medio
Oriente: Dinámica de las relaciones internacionales hasta
octubre de 2023

The war in Ukraine and its repercussions in the Middle East: Dynamics of international

relations until October 2023

José Ulises Lescure

ulises.lescure@trinity.oxon.org

Universidad de Panamá

Facultad de Administración Pública

Departamento de Relaciones Internacionales

Provincia de Panamá - Panamá

Venicia Chang Monterrey

venichang@hotmail.com

Universidad de Panamá

Facultad de Administración Pública

Departamento de Relaciones Internacionales

Provincia de Panamá - Panamá

Artículo recibido: 18 julio 2025 - Aceptado para publicación: 28 agosto 2025

Conflictos de intereses: Ninguno que declarar.

RESUMEN

La guerra entre Ucrania y la Federación Rusa tiene implicaciones importantes para la región de
Medio Oriente, ya que el conflicto supuso cambios en las relaciones económicas, energéticas e
internacionales entre ambas naciones y los países árabes y occidentales. Esta situación obligó a
los países de Medio Oriente a reconfigurar sus propias relaciones con el mundo. Nuestro objetivo
es conocer cómo la guerra entre Rusia y Ucrania reconfiguró las relaciones internacionales de
Medio Oriente a nivel regional y con países de Occidente, antes del 7 de octubre de 2023.
Realizamos una revisión bibliográfica de documentos especializados publicados entre marzo de
2022 y octubre de 2023. Concluimos que
Rusia y las potencias occidentales se retiraron
parcialmente de Medio Oriente para enfocar sus recursos y diplomacia en el conflicto de Ucrania;
situación que debilitó las relaciones entre estos actores y los equilibrios de poder. Los vacíos de
poder fueron aprovechados por Irán, Irak, el Líbano y otros actores para establecer nuevas
alianzas entre ellos y con otros países árabes y occidentales.

Palabras clave: relaciones internacionales, guerra, geopolítica, acuerdos, alianzas

ABSTRACT

The war between Ukraine and the Russian Federation has important implications for the Middle

East region, as the conflict led to changes in economic, energy, and international relations between
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both nations and Arab and Western countries. This situation forced Middle Eastern countries to

reconfigure their own relations with the world.
Our objective is to understand how the war
between Russia and Ukraine reshaped international relations in the Middle East at the regional

level and with Western countries prior to October 7, 2023. We conducted a literature review of

specialized documents p
ublished between March 2022 and October 2023. We conclude that
Russia and the Western powers partially withdrew f
rom the Middle East to focus their resources
and diplomacy on the conflict in Ukraine, a situation that weakened relations between these actors

and the balance of power. The power vacuums were exploited by Iran, Iraq, Lebanon, and other

actors to establish
new alliances among themselves and with other Arab and Western countries.
Keywords
: international relations, war, geopolitics, agreements, alliances
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licencia Creative Commons Atribution 4.0 International.
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INTRODUCCIÓN

La guerra actual entre la Federación de Rusia y Ucrania tuvo inicio de forma oficial el 24
de febrero del 2022, pero el origen de este conflicto puede rastrearse en una serie de tensiones
acumuladas durante años. Por un lado, Rusia argumentó la necesidad de proteger las regiones
orientales de su territorio frente a una posible ofensiva militar ucraniana, reactivando disputas
históricas que vinculan a ambas naciones. Por otro, desde Moscú se ha sostenido que las potencias
occidentales incumplieron ciertos acuerdos previos, lo que habría alimentado una sensación de
aislamiento estratégico (Oropeza Fabián, 2022).

Cabe recordar que Ucrania formó parte de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS), declarándose independiente en agosto de 1991 luego del colapso soviético.
No obstante, no fue sino hasta 2021 cuando Rusia retomó con mayor fuerza su interés en los
asuntos internos del país vecino. Esta preocupación se justificó, según el Kremlin, en la existencia
de aproximadamente 14 millones de ucranianos cuya lengua materna era el ruso, y en el hecho de
que alrededor del 22% de la población total del país se identificaba como rusa (Mueller, 2023;
Oropeza Fabián, 2022).

El conflicto entre Rusia y Ucrania no empezó de un día para otro. En realidad, muchos lo
sitúan en 2014, cuando Rusia se anexionó Crimea tras un referéndum que, vale decir, no fue
aceptado por gran parte de la comunidad internacional. Aquel referéndum se consideró una
violación al derecho internacional, y ahí llegaron las primeras sanciones, especialmente desde
Estados Unidos y la Unión Europea. En las regiones de Donetsk y Lugansk, las tensiones
siguieron creciendo. Los enfrentamientos entre separatistas prorrusos y las fuerzas ucranianas
eran constantes. Hasta que, en 2022, todo estalló con la invasión a gran escala (Mourelle, 2019).

Previo a la guerra entre Ucrania y la Federación de Rusia, el papel de Moscú en Medio
Oriente se centró en la recuperación de su influencia en la región como potencia dispuesta a
intervenir estratégicamente y en competencia con occidente, liderado por Estados Unidos. El
origen de esta situación comenzó a gestarse desde la Primavera Árabe en 2011, aunque Rusia
intervino cuatro años después en la guerra civil siria y, desde entonces, aprovechó las conexiones
establecidas con los regímenes afines al grado de ser su proveedor de armas, energía y apoyo
diplomático (Mankoff, 2024).

Aunque en un principio las relaciones entre Rusia y los países de Medio Oriente se
deterioraron por el apoyo a Bashar Al-Assad, las victorias militares rusas en Siria entre 2016 y
2018 frente al avance del Estado islámico, legitimaron su presencia que fue desplazando la de
Estados Unidos que se encontraba en franca retirada. Entonces, Rusia tuvo un desempeño
favorable en la gestión de los conflictos y paso a convertirse en un socio esencial que participó
dentro de la triada no árabe compuesta por Irán, Turquía y Rusia, que se constituyó en un eje de
coordinación informal con un papel destacado en las negociaciones multilaterales sobre Siria,
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especialmente a través del llamado Proceso de Astaná. Muestra de esto fueron los simbólicos
gestos de acercamiento con la visita del Rey Salman de Arabia Saudita a Moscú en 2017 y la
reapertura de la embajada de Emiratos Árabes Unidos en Damasco en 2018, eventos que, entre
otros, parecían pavimentar un nuevo capítulo de la política exterior rusa en el Medio Oriente
(Baltar Rodríguez, 2021; Mohammedi, 2022).

Desde entonces, las visitas de altos funcionarios rusos aumentaron en la región y Moscú
estrechó vínculos con los gobiernos árabes y tuvo presencia en ciertos espacios diplomáticos
regionales, como el Proceso de Astaná sobre Siria, así como en marcos de cooperación como la
OPEP+. Poco a poco, Rusia fue proyectándose como un actor dispuesto a mediar, aunque su
enfoque se mantuvo alejado del modelo diplomático liberal de Occidente. Aun así, logró
consolidar su influencia en varios frentes, demostrando que Estados Unidos ya no era el único
país con capacidad real para ejercer poder más allá de su entorno inmediato, incluso sobre aliados
tradicionales como Israel y los Emiratos Árabes Unidos (Mankoff, 2024).

El alejamiento progresivo entre Estados Unidos y varios países del Medio Oriente se
profundizó con el paso del tiempo y Rusia aprovechó tal escenario. Una de las razones fue la
percepción de una doble moral en su política exterior, especialmente por su apoyo constante a
Israel, incluso cuando se le acusa de violaciones a los derechos de los palestinos. Moscú intervino
en conflictos como los de Siria y Libia, y actuó como mediador en el caso de Nagorno-Karabaj,
ganando presencia y cierta legitimidad como potencia capaz de influir más allá de su vecindad
inmediata. Sin embargo, cuando estalló la guerra en Ucrania en 2022, surgió una duda entre
analistas y actores regionales: ¿podría Rusia mantener su presencia en Medio Oriente, en
particular en Siria, sin debilitar su posición general? (Dalay, 2023).

Por otro lado, cuando comenzó la guerra en Ucrania, Rusia buscó asegurarse de que algunos
países de Medio Oriente no se alinearan automáticamente con Occidente. En particular, trató de
mantener la neutralidad de actores clave como los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y
Turquía. Estos países querían aumentar su influencia en el escenario internacional, pero sin
romper del todo con ninguna de las grandes potencias. Por eso adoptaron posturas intermedias:
evitaron condenar a Rusia, pero tampoco cortaron vínculos con Estados Unidos o Europa. Arabia
Saudita y Emiratos, por ejemplo, continuaron cooperando con Rusia dentro de la OPEP+,
mientras que Turquía se ofreció como mediador entre Moscú y Kiev, sin abandonar su rol en la
OTAN. Esa estrategia les dio más margen de maniobra, y les permitió ganar peso diplomático
durante el conflicto (Dalay, 2023).

La guerra en Ucrania tuvo consecuencias que se sintieron incluso en la mesa de millones
de personas en Medio Oriente. En virtud de que varios países árabes como Egipto, Líbano o
Yemen dependen del trigo que importan desde Ucrania y Rusia. Cuando el conflicto estalló y esas
rutas se interrumpieron, los precios comenzaron a subir, y con ello, el temor a una nueva crisis.
Turquía y la ONU promovieron un acuerdo que permitió sacar grano ucraniano por el Mar Negro
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hacia países que lo necesitaban con urgencia. Ese gesto no fue menor: reveló que los efectos de
la guerra no se limitaban al frente militar, sino que también alcanzaban la seguridad alimentaria
y la estabilidad social de toda una región.

La guerra entre Rusia y Ucrania volvió a centrar la atención en Medio Oriente, sobre todo
por su papel en la economía energética global. A medida que Europa buscaba cómo dejar de
depender del gas ruso, empezó a mirar con más interés hacia el Golfo. Catar, Arabia Saudita y
otros países ganaron peso como proveedores alternativos, y eso les dio más influencia en el tablero
internacional. Pero no solo fue una cuestión de producción. También estaba en juego la seguridad
del suministro. Incluso el Mediterráneo Oriental empezó a tener un rol más visible en este
contexto. Así que, sin que fuera del todo inesperado, la región volvió a posicionarse como pieza
clave para el equilibrio energético global (Guzansky, 2024).

Otro elemento que ilustra el impacto regional de la guerra fue el complejo reacomodo
diplomático que enfrentaron algunos países del Medio Oriente, particularmente Israel. Por un
lado, sus vínculos históricos con Ucrania y su numerosa población judía en ese país lo situaban
naturalmente del lado occidental. Por otro, su necesidad de mantener canales abiertos con Moscú,
actor clave en Siria y en el equilibrio regional, llevó a Israel a adoptar una postura ambigua,
evitando condenas directas a Rusia en los primeros meses del conflicto. A nivel económico, el
shekel israelí registró leves variaciones tras el inicio del conflicto. Estos movimientos económicos
estuvieron estrechamente ligados a la dependencia energética regional y al reposicionamiento de
Rusia como socio clave para varios Estados árabes (Hossain et al., 2024).

Más allá del caso particular de Israel, la guerra también llevó a que varios países del Medio
Oriente reconsideraran el alcance de sus alianzas estratégicas, en especial con Estados Unidos.
En vez de confrontarlo directamente, algunos buscaron ampliar su margen de maniobra sin
romper con Washington, reforzando al mismo tiempo su autonomía regional. En ciertos casos,
esta postura se tradujo en un aumento de precios de exportación en el contexto de la invasión rusa,
sin que ello afectara sus intereses fundamentales. Otros prefirieron adoptar una actitud de
neutralidad frente a Moscú y a Occidente (Guzansky, 2024). Esta actitud pragmática predominó
durante buena parte del conflicto, hasta antes de los acontecimientos del 7 de octubre de 2023,
cuando la dinámica regional volvió a transformarse de forma abrupta.

A razón del impacto que ha supuesto la guerra entre Rusia y Ucrania en el contexto de
Medio Oriente, en el presente trabajo se plantea realizar una revisión bibliográfica de documentos
especializados, publicados desde marzo de 2022 hasta octubre de 2023, con el objetivo de
argumentar que la guerra en Ucrania reconfiguró las relaciones internacionales de Medio Oriente
con Occidente y otros actores alrededor del mundo. Hecho que tuvo un impacto en los acuerdos
de cooperación internacional, alianzas y tratados pactados previos al conflicto, hasta que la guerra
en la Franja de Gaza volvió a cambiar el panorama en la región.
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Esta investigación busca arrojar luz sobre las implicaciones de la guerra ruso-ucraniana y
su impacto en la dinámica de las relaciones regionales y globales de Medio Oriente,
circunscribiendo el análisis al lapso histórico entre febrero de 2022, momento en que inicia la
guerra abierta entre Rusia y Ucrania, y los primeros días de octubre de 2023 cuando estalla la
guerra entre Hamás e Israel, que, en virtud de la magnitud de ese nuevo conflicto y su efecto
inmediato sobre la estabilidad regional, marcó un punto de quiebre que desplazó cualquier otra
situación previa del centro del escenario.

DESARROLLO

Arquitectura diplomática de Occidente en Medio Oriente

Los últimos ochenta años, los Estados Unidos y las potencias europeas, denominadas el
bloque occidental, configuraron el orden geopolítico en el Medio Oriente. Además de controlar
la región desde el punto de vista militar y económico, también establecieron una arquitectura
diplomática conformada por mecanismos de seguridad y consultas políticas compartidas,
cooperación económica y acuerdos de paz que eran el reflejo de la política exterior de estos países
en la región, la cual buscaba estabilizar un entorno históricamente volátil a fin de preservar sus
intereses nacionales inicialmente muy ligados a la seguridad energética (Ortiz Hernández, 2022;
Yaniz Velasco, 2011).

Posteriormente, esta arquitectura se fue adaptando a los distintos contextos históricos desde
la Guerra Fría, la caída del bloque soviético, la globalización y la lucha contra el terrorismo.
Siempre con el objetivo de consolidar esferas de influencia alineadas con la ideología occidental
para la contención de los recurrentes conflictos armados en la región y los intentos de los rivales
como Rusia, Irán y China de alterar el statu quo.

No obstante, en las últimas décadas esta arquitectura regional ha dado muestras de
debilitamiento en función de su alineación con equilibrios geopolíticos globales que cada vez
resultan más inciertos. La erosión de la legitimidad de las potencias occidentales por sus campañas
políticos-militares en la región (Irak, Afganistán, Libia, Siria y particularmente en relación con la
cuestión palestina) fueron minando los modelos impuestos y su sostenibilidad, especialmente por
las secuelas en términos de credibilidad, seguridad, gobernabilidad, uso selectivo de las normas
del derecho internacional, la instrumentalización de los derechos humanos, sanciones
económicas, entre otros (Ortiz Hernández, 2022; Yaniz Velasco, 2011). Comprender cómo estos
elementos han afectado la proyección de occidente en la región es parte de la base para analizar
la reconfiguración geopolítica durante el periodo en estudio.

A comienzos de los años noventa, con el telón de fondo del colapso soviético y el avance
de la globalización, el bloque occidental, liderado por Estados Unidos, puso en marcha una serie
de fórmulas diplomáticas en Medio Oriente. Más allá del poder militar o económico, lo que
buscaba era sostener su influencia mediante espacios de diálogo multilateral que, al menos en el
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plano formal, apuntaban a estabilizar una región marcada por conflictos crónicos. Algunas de
estas iniciativas adquirieron visibilidad, mientras otras se desenvolvieron en canales bilaterales
más discretos, sobre todo en temas sensibles (Mourelle, 2019).

En este orden de ideas, es válido mencionar la Conferencia de Madrid de 1991, la cual
buscó abrir un espacio de diálogo político para una solución al conflicto israelí-palestino y los
países árabes. Este encuentro, auspiciado conjuntamente por los Estados Unidos y la Unión
Soviética, fue una iniciativa multilateral que reunió a las partes en conflicto y a otros actores de
peso en la región. Aunque no generó acuerdos significativos, pavimentó el camino para los
Acuerdos de Oslo de 1994 (Abu-Tarbush, 2021).

Otro pilar importante fue el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) para frenar el
programa nuclear de Irán, particularmente el enriquecimiento de uranio, a cambio de un régimen
gradual de levantamiento de las sanciones impuestas sobre el país persa. Esta iniciativa fue
prohijada por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania,
más la Unión Europea e Irán. El plan liderado por Estados Unidos cambió la dinámica existente,
consistente en la amenaza o uso de la fuerza para lidiar con temas sensibles de la seguridad
regional, por una orientación más técnica, multilateral y abierta a negociar consensos sobre límites
establecidos y verificables en materia nuclear (Frommer, 2025).

El PAIC fue un instrumento de importancia en su momento, ya que construyó una
arquitectura diplomática que sentó a rivales acérrimos en la mesa de negociación alcanzando en
principio acuerdos de trascendencia, como la contención en la proliferación de armas nucleares
en Medio Oriente. No obstante, su alcance fue limitado en virtud del retiro de Estados Unidos en
2018 bajo la administración Trump (Frommer, 2025).

En el plano interregional, la Unión por el Mediterráneo (UpM) fortaleció los lazos entre
Europa y los países del sur del Mediterráneo. Mediante iniciativas de cooperación económica,
social y ambiental, reforzó la estabilidad regional bajo principios de corresponsabilidad.
Complementariamente, el Diálogo Mediterráneo de la OTAN funcionó como un canal de
seguridad cooperativa con países como Argelia, Jordania e Israel, combinando ejercicios
conjuntos, capacitación técnica y coordinación estratégica (Ortiz Hernández, 2022).

Por su parte, los países europeos con sus contrapartes en el Medio Oriente y Norte de
África, la denominada región MENA por sus siglas en inglés, acordaron por medio de esta
plataforma multilateral cooperar en materia económica, social, ambiental de forma conjunta y
responsable, a fin de robustecer la estabilidad de este espacio común. Aunque tuvo una proyección
ambiciosa, la participación de Israel en el mismo generó fricciones internas que restringieron y
obstaculizaron muchos de los proyectos al punto de llevar a la inoperatividad parcial al organismo
(Ortiz Hernández, 2022).

A su vez, el Diálogo Mediterráneo iniciado en 1994 por la OTAN se constituyó como un
foro importante para la seguridad colectiva e incluyó a países como Jordania e Israel, quienes
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estrenaban su acuerdo de paz, y otros no tan afines a occidente como Argelia. Este mecanismo
buscó generar una incipiente confianza mutua entre las partes en función de los nuevos escenarios
geopolíticos y la necesidad de promover la estabilidad sociopolítica como base de la expansión
de la globalización en la región, disminuyendo los escenarios de riesgo. Aunque su alcance
siempre estuvo limitado por las asimetrías de poder entre los participantes y la naturaleza flexible
del mecanismo (Yaniz Velasco, 2011).

A pesar de la existencia de estos y otros mecanismos de índole multilateral y bilateral, el
debilitamiento progresivo de la arquitectura diplomática de occidente en medio oriente comenzó
a notarse producto de las contradicciones propias del nuevo escenario geopolítico posterior al fin
de la Guerra Fría. Este escenario ha sido progresivo y ha estado basado en la divergencia entre
los objetivos declarados y los resultados obtenidos en la región.

La percepción de los Estados de la región ha sido, en general, de escepticismo en virtud de
las políticas de doble rasero de Occidente. Estas políticas tradicionalmente han generado
desequilibrios en la aplicación del derecho internacional por el hecho tangible de que el principio
de igualdad jurídica de los Estados se aplica con discrecionalidad por parte de Occidente, de
acuerdo con sus intereses. A eso debemos sumar la fragmentación interna de muchos Estados del
Medio Oriente y la aparición de potencias emergentes como China en las últimas décadas, lo que
se ha sumado a la ecuación y sigue erosionando las estructuras geopolíticas y diplomáticas de
Occidente en la región.

El repliegue estratégico de Estados Unidos del Medio Oriente y el giro hacia Asia-Pacífico

Los cambios geopolíticos de las últimas cambiaron el orden de prioridades de los Estados
Unidos en el mundo, sobre todo en la región en contexto. Particularmente, en esta región ese
cambio de visión inició durante la administración de Barak Obama y siguió siendo impulsada por
administraciones posteriores. El ascenso imparable de China como potencia emergente ha
obligado a los Estados Unidos a enfocar su atención en el sureste de Asia, principalmente. El
resultado ha sido la disminución gradual de los compromisos militares en la región para el
reordenamiento de recursos en Asia Pacífico. El abandono no ha sido abrupto, pero los Estados
Unidos ha buscado fortalecer su presencia e influencia en el Indo Pacífico, como parte de su
estrategia de contener a China en su propia región (Morales, 2015).

El estallido de la guerra rusoucraniana en febrero de 2022 no hizo más que reforzar esta
visión de una necesidad latente de reorganización de recursos militares y estrategias de Estados
Unidos en otras regiones. En ese momento, se volvió imperante para Washington reubicar
recursos diplomáticos, económicos y militares en apoyo y reforzamiento de la OTAN, que se
convertiría en el contrapeso occidental en el conflicto en Ucrania para contener la ofensiva rusa.
No es extraño entonces que ante estos cambios geopolíticos el foco de atención se desplazara del
Medio Oriente a Europa, donde iniciaba el primer gran conflicto armado desde la segunda guerra
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mundial. Para algunos expertos, esta situación afectó la capacidad de respuesta de Estados Unidos
en la región (Aguirre, 2019; Mourelle, 2019).

Este retiro parcial generó un vacío de poder que fue aprovechado por otros actores
regionales y extra regionales, no solo tradicionales (Estados), sino por grupos no estatales
(Hezbolá, milicias islámicas, kurdas y organizaciones terroristas). Países como Turquía y Arabia
Saudita, aliados de Estados Unidos, vieron la posibilidad de promover su política exterior con
mayor libertad in situ, además, la diversificaron acercándose a China y a Rusia. En tanto, actores
rivales como Irán vieron en esta ausencia una potencial oportunidad para ejercer mayor
proyección e influencia política y militar en la región, también ampliando y profundizando sus
vínculos con Rusia y China (Aguirre, 2019; Morales, 2015).

La suma de todos estos factores nos da la línea de argumentación que conduce esta
investigación. El sismo que representó el advenimiento del conflicto rusoucraniano, a pesar de
tener su epicentro en Europa, también tuvo replicas tangibles en Medio Oriente, donde alteró el
equilibrio de poder que se había venido configurando, al menos en la última década luego de la
Primavera Árabe. Cabe señalar entonces cómo la guerra en Ucrania reforzó el reenfoque
geoestratégico estadounidense fuera de la región en referencia y cómo otros actores, Estatales y
no estatales, aprovecharon este espacio para proyectar su influencia dando paso a un escenario
temporal más multipolar en Medio Oriente.

Presencia e influencia de Rusia en Medio Oriente desde la Primavera Árabe hasta la
guerra en Ucrania

El interés de Rusia en la región del Medio Oriente es antiguo pues se remonta al Imperio
Zarista, que se proclamaba protector de los cristianos ortodoxos que vivían en los territorios del
Imperio Otomano desde el siglo XVIII y buscaba acceso al Mar Mediterráneo. En este contexto,
Rusia libró varias guerras contra el Imperio Otomano, no obstante, quedó marginada del nuevo
orden colonial impuesto por Inglaterra y Francia en la región al final de la Primera Guerra Mundial
(Aguirre, 2019).

La presencia rusa en la región se fortaleció durante la era soviética, en el marco de la
rivalidad con los Estados Unidos y la Guerra Fría, en la cual mantuvo una esfera de influencia
importante en países como Irak, Siria y Egipto, así como con movimientos nacionalistas como la
Organización para la Liberación de Palestina (OPL). No obstante, luego del colapso de la URSS,
el Kremlin perdió nuevamente mucho peso e influencia en la región. Cabe señalar que, a pesar de
esto, Rusia mantuvo vínculos estratégicos con Siria (cristalizados en la base naval de Tartús, por
mencionar un ejemplo), relación que resultó ser la piedra angular de su regreso años más tarde
(Liu & Shu, 2023; Morales, 2015).

La Primavera Árabe resultó ser para Rusia un punto de inflexión, ya que representó una
oportunidad para relanzar una política exterior que promovió su mayor presencia y participación
geopolítica en la región. Desde la intervención militar rusa en Siria en 2015, su papel como actor
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relevante en la región se consolidó en términos políticos, diplomáticos y militares (Kertcher &
Course, 2024).

Entre 2010 y 2011, una serie de manifestaciones sociales, conocidas luego como la
Primavera Árabe, sacudieron a varios regímenes autoritarios en países de Medio Oriente. Algunos
incluso colapsaron ante la presión de las protestas. Siria no fue la excepción y multitudinarias
protestas populares pidieron el fin del régimen de Bashar Al-Asad, cambios políticos y mayores
libertades civiles. Rusia no adoptó la misma postura que Estados Unidos, la Unión Europea o sus
aliados regionales. A diferencia de estos últimos, que respaldaron las demandas populares y una
transición política que excluía a Bashar Al-Asad, el Kremlin abogó por defender el principio de
la soberanía siria y se opuso a cualquier forma de intervención extranjera (Kertcher & Course,
2024).

Un giro decisivo ocurrió con la expansión del Estado Islámico, organización que llegó a
controlar extensas áreas en Siria e Irak. Frente a una respuesta internacional considerada
insuficiente, Rusia aprovechó el vacío de acción para consolidarse como actor determinante en la
lucha contra el terrorismo. Así, en 2015, respondió a una solicitud formal del gobierno sirio y
procedió a intervenir militarmente (Alamo Herrera, 2023; Kertcher & Course, 2024).

La intervención rusa en Damasco fue considerada como el retorno de la influencia rusa en
la región con una diplomacia activa. El Kremlin, al apoyar de forma decisiva al régimen sirio
evitó su colapso irremediable hasta ese momento. La política exterior rusa, ayudó a percibir a
Moscú como un actor más pragmático y confiable. Este enfoque logró consolidar cierto tipo de
asociaciones y alianzas con los actores claves regionales, como Irán, con el cual surgió una
coordinación operativa; con Turquía se abrió un canal de dialogo a pesar de las tensiones
bilaterales, y por medio de la OPEP+ se estrecharon relaciones con Emiratos Árabes Unidos y
con Arabia Saudita en materia energética (Kertcher & Course, 2024).

Impacto de la estabilización del conflicto sirio en la región

La estabilización parcial de la guerra civil siria se pudo alcanzar en virtud de la intervención
político militar rusa, lo cual tuvo repercusiones tangibles dentro y fuera de la región. En el plano
regional, pese a que inicialmente los países árabes promovían la salida de Bashar Al-Asad,
posteriormente comprendieron que mantener el statu quo era más favorable a sus intereses. En el
Líbano, la estabilización parcial del conflicto condujo a una reducción significativa de la tensión
en su frontera con Siria, aunque reforzó la posición de Hezbolá como un colaborador clave del
régimen de Al-Asad. En Jordania, el debilitamiento de las capacidades del Estado Islámico
coadyuvó a preservar la estabilidad y seguridad interna del reino, disminuyendo la afluencia de
refugiados sirios en su territorio. Con Israel, aliado incondicional de Estados Unidos en la región,
el Kremlin pudo establecer ciertos canales de comunicación práctica, evitando mayores tensiones
entre ambos por las incursiones aéreas de Israel para atacar posiciones iraníes en territorio sirio
(Bahgat, 2021; Kertcher & Course, 2024).
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En el ámbito extrarregional, la estabilización parcial del conflicto interno sirio después del
2017 coadyuvó a reducir significativamente los escenarios dantescos de los flujos migratorios de
refugiados sirios que huían a Europa de la guerra civil. Esta situación alivió las tensiones entre
los miembros de la Unión Europea en materia de administración de la crisis y las discutidas cuotas
de acogida de los migrantes, en virtud de enfoques comunitarios sobre derechos humanos y
asistencia humanitaria, entre otros (Sánchez-Rey Navarro, 2023).

De igual forma, contribuyó a detener el avance militar y territorial del Estado Islámico en
la región. A diferencia de la coalición internacional que lideraba Estados Unidos contra el Estado
Islámico, las acciones militares rusas se percibieron como efectivas, ya que restablecieron ciertos
niveles de estabilidad sociopolítica e incluso económica en algunos aspectos que evaluaremos
más adelante. Los hechos sobre el terreno dieron a Rusia el reconocimiento en ese entonces de
opción viable al modelo poco eficaz de intervención occidental, asegurando su rol como un actor
estratégico de alcance global en el mosaico de Medio Oriente (Sánchez-Rey Navarro, 2023).

Expansión de la influencia rusa más allá de Siria

La intervención de Rusia en el conflicto sirio fue el elemento más visible de todas las aristas
que conformaron la proyección de Moscú en la región. No obstante, no fue el único. En los últimos
diez años se afianzaron una serie de relaciones claves con actores estratégicos en Medio Oriente,
que incluyeron alianzas con Estados árabes, cooperación con Irán, coordinación pragmática con
Turquía e incluso acercamientos con Israel.

Con Irán, Rusia estableció una alianza de cooperación militar en virtud del interés común
de hacer frente a la hegemonía occidental y al régimen de sanciones que han sido impuestos a
ambos países. El respaldo al régimen de Al-Asad constituyó un primer paso para una colaboración
pragmática en la cual convergen los intereses comunes de ambas partes de forma estratégica,
incluso poniendo de un lado las diferencias ideológicas (Bahgat, 2021).

En el caso de Turquía, cabe señalar que la estabilización parcial del conflicto sirio
representó una desescalada de la tensión en su frontera sur, una disminución del flujo de migrantes
sirios y la posibilidad de negociar esferas de influencia en Siria con Rusia e Irán. Además, el
Kremlin logró algo sin precedentes al concretar la venta a Ankara de sistemas defensa aérea S-
400, siendo Turquía un miembro de la OTAN. En adición, ambas naciones han cooperado y
promovido una agenda diplomática en el ámbito multilateral, en el marco del Proceso de Astana
que buscaba la solución del conflicto sirio (Benedicto, 2023).

En el caso egipcio, rusia retomó parte de su influencia y presencia militar, nunca a los
niveles de la época de Nasser, pero incrementó significativamente sus relaciones con este país en
materia acuerdos de cooperación en defensa, donde destaca la cooperación rusa en la construcción
de la planta nuclear de El-Dabba. La relación se basó en pragmatismo y convergencia de intereses
(Benedicto, 2023; Liu & Shu, 2023).
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Con Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, los canales de diálogo se fortalecieron de
forma pragmática, técnica y económica, siendo la piedra angular la cooperación en la OPEP+ para
estabilizar los precios del mercado energético de forma beneficiosa para las partes (Álvarez
Acosta, 2024).

En Libia, el otro gran conflicto sociopolítico de la región, Rusia ha sido más discreto. Su
intervención ha sido indirecta por medio del Grupo Wagner, que ofrece servicios militares
privados. A través de este grupo, le ha brindado apoyo al general Khalifa Haftar, uno de los actores
principales del mosaico libio. En este entramado, rusia consolidó una presencia menos visible
pero efectiva en el norte de África, su acceso al mediterráneo, así como la expansión de su
presencia hacia el África Subsahariana (Dalay, 2023).

En un sentido más cauto, Catar ha mantenido canales abiertos de comunicación con Moscú,
particularmente en el ámbito energético multilateral y en espacios diplomáticos donde ambas
partes coinciden en la necesidad de privilegiar enfoques políticos negociados para los conflictos
regionales. Si bien no existe una alianza estructurada entre ambos, el diálogo ha sido constante,
pragmático y orientado a preservar la estabilidad regional sin antagonismos directos (Al-Saidi,
2023; Hajiyeva, 2024).

Hasta la invasión rusa a Ucrania en 2022, la mayoría de los países de la región percibían
las acciones rusas como una defensa del principio de soberanía estatal, aunque conscientes del
interés circunstancial ruso y en su tradicional contraposición a Occidente, lo que proyectaba a
Moscú en el plano multilateral como un actor afín, en ciertos aspectos y con poder real de
disuasión diplomática en el sistema internacional (Mourelle, 2019).

La suma de todos los elementos mencionados consolidó el papel de Rusia como un actor
de peso en la región y como una alternativa a los patrones de intervención tradicional de
Occidente. Para nuestro análisis, resulta fundamental abordar esta dimensión, ya que nos permite
visualizar cómo el advenimiento de la guerra con ucrania, afecto de forma decisiva el andamiaje
geopolítico ruso en la región que, juntamente con los efectos globales propios del conflicto,
tuvieron un marcado impacto en las relaciones internacionales de Medio Oriente.

Ruptura del equilibrio: Impacto de la guerra en Ucrania en Medio Oriente

Aunque la guerra entre Rusia y Ucrania tiene su delimitación geográfica en el este europeo,
su impacto se sintió rápidamente en amplias regiones del globo. Medio Oriente no quedó al
margen de esta realidad. A raíz del conflicto, Moscú se vio obligado a reducir drásticamente su
presencia y proyección en Medio Oriente, donde había logrado consolidar ciertas ganancias
geoestratégicas. De igual forma lo hicieron los Estados Unidos y sobre todo Europa durante este
periodo. Esta nueva realidad alteró el frágil balance de poder que se estaba formando en la región
en las últimas décadas (Al-Saidi, 2023).

Los efectos de la guerra en Ucrania se reflejaron en la reducción drástica de los flujos de
ayuda humanitaria provenientes principalmente de Estados Unidos y Europa para la atención de
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los refugiados palestinos y sirios, así como la consecuente presión presupuestaria que eso
significó para los estados receptores, además de una generalizada y creciente precepción de
abandono y falta de interés de las potencias en la región. Con base en esta premisa, esta parte del
análisis abarca tres aspectos fundamentales: El cambio de prioridades de Occidente hacia fuera
de la región y la reasignación de los fondos de ayuda humanitaria; la retirada rusa, y las
transformaciones regionales promovidas de forma indirecta por el desarrollo del conflicto
(Hernández Martínez & Casani Herranz, 2023; Minh Nguyem, 2024).

Redirección de recursos y prioridades de Occidente

El estallido de la guerra en Ucrania aceleró el cambio de prioridades regionales que venía
experimentando Estados Unidos y en parte la Unión Europea en sus respectivas políticas
exteriores. El conflicto en Europa del Este reorientó inmediatamente la atención global,
provocando la disminución drástica de su presencia en otras regiones, incluyendo Medio Oriente.
Esta situación afectó principalmente a Jordania, el Líbano, Siria y a los territorios palestinos
(Hernández Martínez & Casani Herranz, 2023; Minh Nguyem, 2024).

El ejemplo jordano es quizás uno de los más estudiados por los más de 650 mil refugiados
sirios que oficialmente tiene registrado ACNUR y los 2.3 millones de refugiados palestinos que
oficialmente tiene registrado UNRWA, que se vieron directamente afectados ante la reasignación
de fondos para Medio Oriente a Ucrania para atender la crisis humanitaria generada por el
conflicto. Los servicios de vivienda, alimentación, educación y salud para la atención de los sirios
y palestinos en campos de refugiados como Al-Wahdat y Zaatari, se vieron fuertemente
impactados, lo que supuso una gran presión presupuestaria para el gobierno Hachemita que se vio
en la necesidad de mitigar estas necesidades (ACNUR, 2025; Carlisle & Jordania, 2022;
UNRWA, 2023).

En el Líbano, el escenario fue más complejo, ya que el país sufrió un colapso económico
interno, por lo que la situación fue aún más grave y los campos de refugiados se vieron en una
condición de extrema vulnerabilidad (Mejías, 2024).

En Gaza y Cisjordania, esta reducción de recursos que administraban agencias como
OCHA y UNRWA afectó su capacidad de atención a crisis humanitarias y el manejo de los centros
comunitarios, escuelas, centros de salud y otras instancias de apoyo las comunidades palestinas.
Igual situación aconteció en Siria, Yemen, Sudán, Libia y otros países de la región. Esta
combinación de falta de recursos externos, más las dificultades económicas internas de estos
países incrementó la inestabilidad social en las naciones afectadas por los conflictos internos y
regionales. Las consecuencias tangibles pudieron observarse en un aumento en los
desplazamientos forzados, mayor tendencia a la radicalización de ciertos grupos vulnerables y
más evidentemente el colapso de ciertos servicios básicos en los campos de refugiados o en
comunidades en riesgo (UNRWA, 2025).
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Más allá del plano operativo, comenzó a enraizarse en la región una percepción cada vez
más marcada de abandono por parte de Occidente, particularmente de Estados Unidos. En círculos
académicos, políticos y sociales del mundo árabe, se fue consolidando la fikra (idea) de que Medio
Oriente ya no figuraba como prioridad estratégica, o que su estabilidad había sido delegada
tácitamente a terceros. En algunos sectores, este sentimiento evocó antiguas teorías sostenidas en
espacios conservadores occidentales, según las cuales Israel desempeñaría un papel de contención
regional en nombre del orden internacional (Baltar Rodríguez, 2021).

Este sentimiento fue adquiriendo cada vez más arraigo en la región, en virtud del enfoque
mediático exclusivo que dieron los medios tradicionales, redes sociales y la política exterior de la
mayoría de los países occidentales al conflicto en Ucrania. Esta situación eclipsó por completo
situaciones alarmantes en Yemen y en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania, que
experimentaban una escalada vertiginosa de violencia y muerte sin precedentes inmediatos.

Posterior al estallido de la guerra en Ucrania, el año 2023 fue el más mortífero para las
comunidades palestinas del que se tienen registros oficiales desde 2005, de acuerdo con la Oficina
de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas. Más de quinientas vidas
palestinas perecieron a razón de actos de represión, enfrentamientos, operaciones militares y
demás escaramuzas de las fuerzas armadas de Israel y los colonos. A su vez la causa palestina se
encontraba totalmente diluida en la agenda internacional.

Como consecuencia, surgieron cuestionamientos sobre la coherencia del compromiso
occidental con los principios del derecho internacional, sobre todo en lo relativo a los derechos
humanos y la protección de los civiles en contextos no europeos. Esta erosión contribuyó, en
varios casos, a abrir la puerta para que otros actores proyectaran mayor influencia en un entorno
geopolítico cada vez más fragmentado.

El repliegue ruso y sus efectos en el orden regional

A medida que se acrecentó el conflicto ruso-ucraniano que puso a la OTAN y a toda Europa
de parte de Kiev, Moscú tuvo que empezar a replantearse sus prioridades y a maximizar recursos
estratégicamente. Esto lo conllevó a redirigir equipo y efectivos militares, así como a intensificar
su ofensiva diplomática en el frente europeo, en detrimento de su presencia en la región medio
oriental. Aunque la retirada rusa no fue abrupta, sí tuvo un impacto importante sobre todo en Siria
y Libia. En resumen, el conflicto en Ucrania comenzó a pasar factura a la arquitectura diplomática
que gradualmente había ido construyendo Rusia en la región y con la que poco a poco había ido
ganando ciertos espacios de influencia como contrapeso a la tradicional presencia occidental
(Minh Nguyem, 2024; Pons Rafols, 2024).

El espacio cedido gradualmente por Rusia en base a su repliegue estratégico fue
rápidamente entendido en la región, en función de lo que representaba a nivel global el conflicto
en Europa del Este. El consecuente reajuste geopolítico inmediatamente abrió una ventana que
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fue capitalizada por actores estatales y no estatales que vieron la oportunidad de reforzar sus
posiciones ante aliados y rivales (Minh Nguyem, 2024; Pons Rafols, 2024).

Siria fue el país en el cual Rusia logró consolidar mayormente su presencia y de allí
proyectó su influencia en la región. La reducción de personal y equipo militar, recursos logísticos
y presencia efectiva en suelo sirio fue el primer impacto tangible de las repercusiones del conflicto
con ucrania y afectó de forma directa el apoyo que había recibido hasta ese momento el régimen
de Bashar Al-Asad. La presencia rusa en Siria empezó a disminuir gradualmente a un nivel más
simbólico, limitando sus operaciones a preservar el control de la base naval de Tartús, como punto
estratégico clave de acceso al Mediterráneo (Kertcher & Course, 2024; Sánchez-Rey Navarro,
2023).

El repliegue ruso abrió el camino a Israel para intensificar y ampliar sus bombardeos sobre
objetivos iraníes y de Hezbolá en territorio sirio, ya que Moscú no estaba en capacidad de ejercer
el mismo nivel disuasorio anterior a la guerra con Ucrania. Esta situación tuvo un impacto crucial
en la estabilidad que había logrado imponer el régimen de Bashar Al-Asad desde 2015. En el
plano interno, Irán se consolidó como el actor más influyente y que podía ofrecer respaldo para
la supervivencia del régimen sirio, ganando mayor autonomía y margen de maniobra para la
Guardia Republicana Iraní dentro del territorio de Siria, así como para sus satélites Hezbolá y las
milicias proiraníes de Irak, alterando nuevamente el equilibrio interno y poniendo en alerta al
resto de la región (Alcalde, 2024).

En Jordania, el pragmatismo geopolítico llevó al Reino Hachemita a estrechar vínculos con
Rusia durante el periodo en estudio. Y es que la reducción de la presencia militar rusa en Siria
supuso una amenaza a la seguridad nacional del Reino Hachemita en su frontera común. Por eso,
desde la intervención rusa en Siria, Jordania y Rusia establecieron una coordinación estratégica
activa, fundamentada en los intereses de Ammán en la estabilidad del sur de Siria. Incluso se
estableció un centro de coordinación en Ammán para el intercambio de inteligencia sobre
operaciones militares. El Rey Abdallah II de Jordania se reunió con el presidente Vladimir Putin
en 2017 en el marco de esta cooperación estratégica, por eso, no es extraño el impacto que tuvo
el repliegue ruso para la seguridad nacional jordana, ya que gradualmente se incrementó el
contrabando de armas, bienes ilícitos y drogas sintéticas como el captagón en la frontera de
Jordania (Cerda Silva, 2018).

A raíz de esta situación, el Reino Hachemita se vio forzado a incrementar su presencia
militar en la frontera norte con Siria y empezó una ofensiva diplomática multilateral para
denunciar la situación en foros internacionales. La realidad sobre el terreno no dejaba dudas a los
servicios de inteligencia jordanos: el repliegue ruso estaba dejando un vacío operativo real que
pronto sería cubierto por Irán, un actor muchas veces hostil hacia Jordania por la histórica alianza
hachemita con Occidente y su tratado de paz con Israel (Cerda Silva, 2018).
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En Irak y Líbano, la ausencia de una fuerza de equilibrio como la que Moscú representó en
escenarios sensibles, permitió un fortalecimiento progresivo de actores no estatales vinculados a
Teherán. En territorio iraquí, milicias proiraníes incrementaron su margen de maniobra en zonas
previamente monitoreadas por fuerzas rusas o bajo su sombra disuasiva. En el Líbano, Hezbolá
aprovechó la falta de presión externa para reforzar sus vínculos logísticos a través de la frontera
siria, consolidando su posición tanto militar como política.

El repliegue gradual de Rusia de la región supuso también el desvanecimiento de un
equilibrio político entre Irak y Líbano que, aunque frágil, era parte importante de la relativa
estabilidad de esa parte muy sensible de la región del Levante. Ambos países se vieron afectados
internamente por esta situación que afectó la gobernabilidad, la plena soberanía y el monopolio
del uso de la fuerza por parte de estos Estados.

En el Líbano, Hezbolá consolidó su influencia en la política doméstica y las milicias
proiraníes como Harakat Al-Mujaba, entre otras, expandieron su presencia y control de ciertas
rutas del lado iraquí de la frontera con Siria. En territorio iraquí, las milicias proiraníes también
incrementaron su margen de maniobra en zonas previamente monitoreadas por fuerzas rusas o
bajo su sombra disuasiva. De esta forma, Siria sirvió de puente para las rutas de suministro
provenientes de Irán para estos actores no estatales. En este contexto, la retirada parcial de Moscú,
aunque silenciosa, fue leída por muchos como un gesto que favorecía indirectamente la
proyección regional de Irán.

En el caso libio, el repliegue gradual de Rusia también afectó directamente la estabilidad
en zonas donde había ejercido influencia a través del Grupo Wagner. Estas fuerzas, que habían
respaldado al general Khalifa Haftar en el este y el sur del país, vieron reducido su margen de
acción conforme Moscú redirigió sus prioridades hacia el frente europeo. Aunque no hubo una
retirada total, el descenso en apoyo logístico y operativo generó un cambio perceptible en el
equilibrio interno. Con ello, se abrieron espacios para que otros actores regionales ampliaran su
presencia, como Egipto y Emiratos Árabes Unidos; pero al mismo tiempo, se reactivaron
tensiones entre facciones armadas, lo que volvió a obstaculizar los esfuerzos por estabilizar el
país.

En el caso de Israel, si bien la reducción de la presencia rusa en Siria amplió su margen
operativo militar para actuar contra las amenazas percibidas en su frontera norte, también culminó
una etapa de “coordinación” informal que evitó incidentes graves entre ambas naciones y
escaladas de tensión no deseadas en el espacio aéreo sirio; situación que mostró una suerte de
moderación en las acciones militares israelíes en territorio sirio. Dada la menor interlocución
táctica con Moscú, el repliegue ruso fue interpretado en algunos círculos israelíes como el inicio
de una etapa incierta, donde la contención de amenazas en Siria y Líbano dependería cada vez
más de medios propios y alianzas con potencias occidentales, en un contexto sobrecargado por la
guerra en Ucrania (Alamo Herrera, 2023; Mejías, 2024).
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De esta forma, a nivel regional, el repliegue ruso fue interpretado desde dos perspectivas,
de acuerdo con los intereses de los actores regionales: para algunos, representó una oportunidad
para reposicionarse en la región; para otros, fue una señal de incertidumbre en un sistema
internacional donde los “garantes” ya no estaban comprometidos.

En resumen, las potencias regionales movieron sus fichas en el tablero de Medio Oriente.
Turquía robusteció su estrategia de contención e influencia en el norte de Siria, Irán buscó ampliar
su influencia fortaleciendo sus satélites y su accionar directo en Siria, pero sin asumir excesivos
riesgos. Por su parte, los países del Golfo monitorearon la situación con prudencia, manteniendo
el canal abierto con Moscú, pero diversificando su cartera diplomática y de defensa. Así, el
repliegue ruso, aunque gradual y táctico, aceleró el proceso de reconfiguración regional en el
periodo estudiado y en un Medio Oriente que cada vez más opera bajo una lógica multipolar
fragmentada.

Repercusiones globales del conflicto sobre Medio Oriente

Los efectos de la guerra en Ucrania han sido tan amplios que sobrepasan su espacio
geográfico. No hay región en el planeta que no se haya visto afectada de una u otra manera. En
Medio Oriente, región susceptible a las alteraciones del orden en el sistema internacional, no fue
la excepción. Las cadenas de suministros, los mercados energéticos, la seguridad alimentaria, la
arquitectura financiera, entre otros, fueron áreas afectadas (Bocquillon et al., 2024; Liu & Shu,
2023; Montero Moncada et al., 2023).

Uno de los efectos más importantes en la región fue la afectación en los flujos de
importación de productos agrícolas provenientes de la ruta del Mar Negro, dados los bloqueos
militares y la inoperancia de estas rutas comerciales a raíz del conflicto. Consecuentemente, esto
afectó negativamente a los corredores logísticos del comercio internacional. A esta situación se
sumaron las sanciones de Occidente a Rusia y Bielorrusia sobre sus ventas de fertilizantes que
provocó un alza en los precios de los alimentos en países dependientes de los granos rusos y
ucranianos, en especial del trigo (Zelicovich, 2023).

Países altamente vulnerables en materia de seguridad alimentaria como Yemen, Egipto y
el Líbano enfrentaron desafíos internos por las tensiones sociopolíticas. Particularmente, el caso
egipcio es de resaltar, siendo el mayor importador de trigo a nivel mundial, cuyo origen era
justamente Rusia y Ucrania (OCE, 2025).

En el mercado energético, el conflicto ucraniano redibujó a la región como un proveedor
de energía alternativo y estratégico, al concretarse la suspensión de los vínculos energéticos entre
Rusia y Europa (esta última, comenzó a buscar otras fuentes de energía). En este sentido, países
como Arabia Saudita, Catar, Argelia y los Emiratos Árabes Unidos vieron una oportunidad de
reposicionarse en el mercado europeo como proveedores fiables de petróleo y, sobre todo, gas
natural licuado. Esto se tradujo en una reactivación de inversiones para infraestructura destinada
a satisfacer la demanda energética europea, y en la elaboración de nuevos contratos de suministro
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entre ambas regiones. En el ámbito político estos países árabes adquirieron renovada importancia
en la arena internacional, pues promocionaron sus agendas de política exterior (Álvarez Acosta,
2024; Zelicovich, 2023).

El conflicto en Ucrania también tuvo incidencia en las agendas diplomáticas del
denominado sur global o diplomacia Sur-Sur, que se concretó en un aumento significativo de las
relaciones multilaterales entre los países de la región con otras regiones como Asia, África y
América Latina. El estallido del primer conflicto armado de gran envergadura luego de la Segunda
Guerra Mundial en Europa fomentó la percepción de un debilitamiento del orden internacional
existente que conlleva buscar equilibrios de poder con socios extrarregionales. Un ejemplo fue la
participación de países del Medio Oriente (Egipto, Irán, Emiratos Árabes y Arabia Saudita) en
los BRICS, concretamente, en la Iniciativa de la Ruta de la Seda y el fortalecimiento de los
vínculos con India como socio comercial y proveedor de tecnología.

En este marco de repercusiones globales, ese reordenamiento tuvo una implicación en la
readmisión de Siria en el seno de la Liga Árabe, luego de una década de su expulsión por la
represión brutal contra civiles durante las protestas de la Primavera Árabe. Este evento significó
un cambio de percepción del conflicto sirio por parte de los Estados Árabes, que al principio
habían apoyado la salida de Bashar Al-Asad. Este cambio de postura tuvo como objetivo reducir
la influencia iraní en Siria y traer de vuelta al régimen sirio al redil árabe, abriendo canales
diplomáticos con Damasco y buscando una opción árabe de estabilización en el Levante a falta
de opciones propuestas por potencias occidentales.

Los cambios que hemos observado en la región de Medio Oriente durante el periodo
estudiado pueden atribuirse a los efectos colaterales de la guerra en Ucrania, que no solo afectó
el entorno europeo. Medio Oriente, caracterizado por su volatibilidad geopolítica, fue afectado
directamente y enfrenta múltiples desafíos exacerbados por la irrupción de otro conflicto armado
de alcance global en la Franja de Gaza y cuyas consecuencias están aún en desarrollo.

CONCLUSIONES

El periodo analizado hasta principios de octubre de 2023 nos permite ver las consecuencias
parciales de la guerra entre Rusia y Ucrania en una región distante como el Medio Oriente, pero
profundamente interconectada con los actores en conflicto. Como hemos visto, los actores en el
tablero geopolítico de esa región no fueron simples observadores pasivos, sino que las
tradicionales rivalidades internas y su consecuente inestabilidad fueron exacerbadas. Los espacios
abiertos producto del reacomodo de las potencias occidentales y Rusia fueron aprovechados por
las potencias regionales y paralelamente por actores internacionales emergentes en el sistema
internacional.

Ante la apertura del frente europeo, Rusia se vio obligada a replegarse de la escena regional
de Medio Oriente, como hemos planteado, a fin de maximizar sus recursos en la guerra contra
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Ucrania. Este cambio marcó un antes y un después en su esfera de influencia en la región y con
sus aliados estratégicos. A pesar de que la salida de Rusia no fue abrupta, sino gradual, sus
capacidades e influencia en Medio Oriente se redujeron en un periodo corto de tiempo. La pérdida
más significativa fue en el alcance de la troika MoscúDamascoTeherán que venía
consolidándose desde 2015. El desgaste militar y diplomático ruso en el conflicto ucraniano pasó
factura a su arquitectura geopolítica en la región, la cual prontamente empezó a resquebrajarse y
a afectar principalmente al régimen sirio de Bashar Al-Asad. No obstante, también afectó a un
número plural de países de la región, tanto en sus conflictos internos como en sus relaciones
intrarregionales.

El conflicto ucraniano intensificó las alianzas en Europa. Estados Unidos y las potencias
europeas cerraron filas contra Rusia y redirigieron también todos sus recursos en ese frente. En
Medio Oriente, que ya venía experimentado un repliegue de los Estados Unidos antes de la guerra
en Ucrania, se confirmó la percepción de la pérdida de interés y abandono parcial de las grandes
potencias occidentales en la región. De hecho, en las últimas décadas previas al conflicto, Estados
Unidos buscó fortalecer su presencia e influencia en el sudeste asiático y por consiguiente llevaba
ya tiempo replegándose de la región.

Esta situación permitió cierta autonomía en la región que se tradujo en la presencia más
activa de potencias emergentes y la formación de más alianzas tipo Sur-Sur entre los Estados
árabes. Además, no todo fue negativo, el conflicto ucraniano y su impacto en los mercados
energéticos propició que muchos países de la región se reposicionaran como proveedores
energéticos a nivel global (principalmente países productores de gas natural y petróleo).

La guerra en Ucrania también ha generado otras dinámicas no abordadas en esta
investigación, como la creciente alianza militar entre Irán y Rusia. Irán se convirtió en un
proveedor de equipo militar de Rusia para su campaña militar en Ucrania, particularmente con la
venta de misiles y drones, según informes de inteligencia de los Estados Unidos y Ucrania.

Como es evidente, Medio Oriente no fue el mismo luego del 24 de febrero de 2022, ni
mucho menos después del 7 de octubre de 2023, cuando dio inicio la guerra en la Franja de Gaza.
Nuestro periodo de estudio culmina, como lo hemos mencionado con anterioridad, justo en un
punto de inflexión sin precedentes, ya que ambos conflictos siguen intensificándose y
transformando todo el sistema internacional conocido. Lo que podemos ver con claridad es que
la región ha reclamado su importancia global quizá más que nunca; que surgen nuevos
reordenamientos geopolíticos, nuevas alianzas y quizá lo más importante, dista de ser una región
que merezca perder relevancia como pivote estratégico mundial.

La guerra en la Franja de Gaza iniciada en octubre de 2023, conlleva un cuestionamiento
fundamental sobre el futuro de la región, toda vez que como hemos podido apreciar a lo largo de
la presente investigación, los cambios son vertiginosos para la región y en cuanto se empieza a
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materializar algún tipo de arquitectura geopolítica, han surgido cambios radicales que afectan al
orden en formación.

De esta forma, podemos concluir que, desde la Primavera Árabe, que representó un cambio
sociopolítico fundacional para un nuevo orden interno de la región, la guerra en Ucrania alteró
las dinámicas que empezaban a consolidarse y la reciente guerra en la Franja de Gaza afectó hasta
sus cimientos el tablero regional, siendo causa directa de la guerra en el Líbano y esto a su vez en
precursor del enfrentamiento entre Irán e Israel; las consecuencias devastadoras para Hezbolá e
Irán derivadas de la guerra con Israel, que se tradujo en la caída del régimen de Bashar al Asad.
Todos estos acontecimientos apuntan a un nuevo reacomodo regional que ratifica a Medio Oriente
como escenario de rivalidades, pero, a su vez, como una región vital para la gestación de un nuevo
orden mundial.
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