Vol. 11/ Núm. 2 2024 pág. 4038
INTRODUCCIÓN
La producción y exportación de flores y frutas constituyen pilares fundamentales de la
economía ecuatoriana, representando un aporte significativo al Producto Interno Bruto (PIB) y
generando empleo en diversas regiones del país (FAO, 2021; Banco Central del Ecuador, 2023).
En este contexto, la ciudad de Ambato se destaca como un eje estratégico debido a su ubicación
geográfica, tradición agrícola y consolidación como una de las principales regiones productoras
de flores y frutas de alta calidad (INEC, 2022). Sin embargo, este sector enfrenta desafíos
sustanciales derivados de la convergencia de dos crisis globales: la climática y la energética, cuyos
impactos interrelacionados amenazan la sostenibilidad y la competitividad de estas actividades
productivas (IPCC, 2022; IEA, 2023).
El cambio climático ha alterado drásticamente los patrones climáticos históricos que
favorecían la producción agrícola en Ambato. Las variaciones en la temperatura, las
precipitaciones irregulares y la frecuencia creciente de eventos extremos, como sequías
prolongadas y lluvias torrenciales, han reducido el rendimiento y la calidad de los cultivos
(Paredes & Rivera, 2023; Rosenzweig et al., 2022). Estas condiciones también han incrementado
la incidencia de plagas y enfermedades, lo que exige a los agricultores adaptarse a escenarios
impredecibles con recursos limitados, exacerbando las desigualdades entre pequeños y grandes
productores (Altieri & Nicholls, 2020).
A este desafío se suma la crisis energética, que afecta directamente la rentabilidad y
sostenibilidad de las explotaciones agrícolas. Aunque Ecuador cuenta con una matriz energética
dominada por fuentes hidroeléctricas (MEER, 2023), la disminución de los caudales de los ríos,
vinculada al cambio climático, ha reducido significativamente la capacidad de generación
eléctrica, provocando apagones frecuentes (IEA, 2023). Esto impacta especialmente a las
operaciones agrícolas tecnificadas, como los sistemas de riego por goteo y las cámaras de
refrigeración, esenciales para mantener la calidad y competitividad de los productos agrícolas en
los mercados internacionales (Smith et al., 2021). Ante estas dificultades, muchos agricultores
han recurrido al uso de generadores a base de combustibles fósiles, incrementando los costos de
producción y las emisiones de gases de efecto invernadero, perpetuando el ciclo de
insostenibilidad (OCDE, 2022).
La interrelación entre las crisis climática y energética plantea un desafío estructural para el
sector agrícola. La reducción de recursos hídricos no solo compromete la productividad agrícola,
sino también la capacidad del país para mantener su principal fuente de energía renovable,
exacerbando las dificultades para cumplir con los estándares internacionales que exigen prácticas
sostenibles (Comisión UE, 2023). Los consumidores en mercados clave, como Europa y
Norteamérica, cada vez más priorizan productos con bajas emisiones de carbono y producidos
bajo criterios de sostenibilidad (Pérez & Hernández, 2022; IPCC, 2022). Si bien la industria